Dar una oportunidad o desconfiar
Una de las caras ocultas de viajar
Un día normal. Como otro cualquiera. Estás en mitad de tu viaje. O en el principio. O en el final. Da igual el día que sea.
Simplemente, vas caminando descubriendo cosas nuevas. Una ciudad nueva. Una ciudad grande. Donde debes estar alerta y no bajar la guardia.
Has viajado tanto que ya te las sabes todas. También sabes que la amabilidad de la gente es inversamente proporcional a la cantidad de forasteros o a cómo de turístico sea el sitio.
En simples palabras: pocos turistas, gente más amable y curiosa.
Pues en esa situación te encuentras. Pocos turistas. Así que decides relajarte un poco y poner el radar en modo avión.
Te dejas llevar un poco. No todo el mundo tiene mal corazón. Sonrísa y a seguir.
Oyes el famoso “Hola amigo. ¿De dónde eres?“. El cebo.
Sonríes y eres amable. Hoy te ha dado por ahí. Estás en ese estado de ánimo.
Contestas y sigues sonriendo. ¡Vaya! Te invitan a un té y todo son sonrisas y chistes.
Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol. La situación todavía se puede decantar de un lado o de otro.
¡Un momento! Tu radar se ha activado de forma inconsciente. Solo por si acaso. Durante unos minutos. Sin embargo, en uno de esos silencios que se generan por la carencia de cosas en común, lo vuelves a poner en modo avión. “No seas desconfiado. Dales una oportunidad.“ - te dices para tus adentros.
“No, no vayas ahí ahora. Hace mucho calor y hay mucha gente. Es mejor que vayamos a este otro lugar.“.
Te fías.
De nuevo.
Te hacen un poco de guías turísticos. De los malos. Sueltan algún dato básico sobre lo que tienes enfrente. Lo compras. Al fin y al cabo, si lo están haciendo de forma genuina y solo quieren “ser tus amigos”, no tienen por qué saberlo.
Montáis en un bus. ¡Qué gracioso que esté lleno de gente y ver al turista sin poder moverse! Es todo muy gracioso. Y tampoco has tenido que pagar.
(Quizá, quiera el lector darle al ON al botón de la retórica y la ironía a partir de ahora).
“¡Bueno, bueno, bueno! Pero si vamos a cruzar el río en un barquito con un señor desdentado. Esto va de bien (o mal) en mejor (o peor)“. Y tampoco has tenido que pagar.
Te ofreces a pagar el barco de vuelta y a invitar a la comida. Aceptan encantados. Una comida de “amigos” locales.
Llegas a la otra margen del río. “¡Cuánta pobreza!“. Y lo de los plásticos… En fin, ése es otro tema.
“Pero, ¡qué curioso! Hemos caminado 2 minutos y tenemos dos motos esperando para llevarnos por los alrededores.“.
Vale, ¡para! A partir de aquí ya es muy obvio hacia qué lado se ha decantado la situación.
Es un timo, sin escapatoria. Pero, quizá, quieras leer el resto de la historia.
En este momento, ya sientes miedo y se te pasan mil cosas por la cabeza. Historias o leyendas que has escuchado.
El radar, el GPS, las alarmas, tu sexto, séptimo y octavo sentidos si lo hubiere, e incluso el modo grill del horno se te han activado.
Ahora, tienes mucha precaución con lo que dices o lo que haces. Sigues siendo amable y no dejas saber que ya sabes lo que está pasando.
Sigues actuando como hasta ahora. Sigues actuando como un turista bobo.
Pero sucede lo que para ti, en este momento, es un milagro. A pesar de que no te gustan lo sitios llenos de turistas y los evitas a toda costa, ver a dos personas que no son locales te alegra, a la vez que te tranquiliza.
Al final, no van a traficar con tus órganos ni te van a extorsionar por dinero.
Aliviado por un momento y tras el milagro, se te apaga el radar por un microsegundo.
“¿Qué estás haciendo, idiota? Vuelve a activarlo.“.
“Perdón, perdón.“. Click. Activado de nuevo.
Te llevan a una zona muy pobre. Pero pobre de verdad. Una aldea de chabolas (o incluso peor) de no más de 200 habitantes donde el 75% de lo que ves son niños. Te comentan que es una aldea que quedó destruída por un tsunami o un tifón hace 10 años, lo cual te crees (o no). También te dicen que los niños de la aldea son analfabetos y que no están escolarizados. Eso sí que lo compras, es obvio. Pero parecen felices jugando con las canicas.
Tus fantásticos guías mencionan algo de donaciones. Y, después de ver todo eso, realmente estás dispuesto a ello, a dar algo de dinero. Pero te dicen que no, que es mejor donar comida. Así que te llevan a una tienda donde se puede comprar arroz.
Extrañado, tu radar se apaga de nuevo. “¿Están haciendo esto para ayudar a esta gente de verdad?“.
El precio del saco de arroz en esta tienda es comparable al precio del caviar. ¡Y aparentemente tienes que comprar el saco entero!
Lo triste es cómo pueden utilizar la extrema pobreza para ablandarte el corazón. Creo que es de ser mala persona. Pero ésa es mi opinión.
Sigamos con la historia.
Tienes un debate moral en tu cabeza. Estarías donando solo comida pero pagando 10 veces el precio de su valor real, por lo que, indirectamente estás dando dinero. Parece un buen negocio.
Es la primera vez que se habla de dinero en todo el timo. Tienes la tercera parte de que piden por el saco de arroz y, para hacerlo creíble y seguir pareciendo un turista bobo, enseñas el dinero.
¡Error de novato! Pero además de primero de Viaje. Ya saben cuánto tienes y te van a sangrar todo lo que puedan y más.
A tu favor, has sido lo suficientemente listo para distribuir el dinero en distintos bolsillos y solo muestras el dinero que llevas encima para pasar un día o dos.
Curiosamente, la siguiente parada del tour es la última. Es un templo y, más curiosamente aún, hoy está cerrado.
Hay una conversación entre los dos conductores y los dos fantásticos guías. Ahí están hablando del precio que vas a tener que pagar. Te dicen un cifra astronómica… ¡por una moto! Pagas una moto y le dices que no tienes más, que no te sobra ni la mitad del precio de la segunda moto. Te miran la mochila. Te tensas. Le das el resto del dinero y uno de los fantásticos guías ofrece su móvil como fianza y volverá a recogerlo cuando consiga el dinero para no tener problemas.
Pero, ¿recuerdas el barquito? Tienes que volver a cruzar. Y cuesta dinero. Menos mal que uno de los fantásticos guías tiene algo de escrúpulos en el fondo de su negro corazón y le dice al conductor que te permita quedarte con el dinero para pagar el ferry (ya no iba a ser un barquito).
Uno de los conductores te acerca al ferry y, para tu sorpresa (o ya ni te sorprende), tus fantásticos guías han desaparecido.
Pagas el ferry, te montas y vuelves.
Sano y salvo. Al menos.
Supongo que esto es una de las caras feas de viajar (solo). Que no se cuenta en redes sociales.
Pero está ahí.
Y debes asumir que te va a tocar. Por muy escarmentado que estés y por mucho que lleves más de 10 años viajando.
Podemos entrar en algún debate de tipo moral, generalizar la situación o hablar de que no todo el mundo es igual. De si es mejor Dar una oportunidad o desconfiar. Pero cada día, cada momento y en cada situación tu estado anímico cambia y te decantas por hacer lo uno o lo otro.
Esta historia está basada en hechos reales, y aquí dejo un vídeo que lo atestigua.