Nos hemos convertido en nuestros abuelos

De como la historia se repite

Publicado el 20-03-2020 por David Rubio Vidal (@davidrv87)

Cuando nos creíamos invencibles, nos han puesto en nuestro sitio.

Que nos hemos dado cuenta que no estamos preparados como humanidad. Como un todo.

Que dejes de compartir mierda sobre política. Que no es momento para eso. Que no es momento de sacar tu ideología a relucir. Que da igual la papeleta que pusiste en la urna. Que te calles la boca y arrimes el hombro.

Que no es culpa de políticos. Que no es culpa de partidos.

Que somos muchos. Que la logística de tratar de contener a más de 7000 millones de personas es harto complicada. Que contamos con la máxima liberal de que cada uno hace lo que le da la gana, hasta que uno se da cuenta la que se le ha venido encima, a escala personal y cuando le toca de cerca. Que había que quedarse en casa y no desoír las recomendaciones sanitarias y gubernamentales.

Que ya no son solo chinos muriendo.

Qué egoísmo.

Que se te muere alguien a ti.

Que podemos tener agrupaciones internacionales. Que las siglas UE, ONU, OMS y demás quedan muy bien sobre el papel. Pero que, al final, cada uno barre para casa primero. Que cada uno ha tomado unas medidas diferentes y a distintos tiempos. Que no ha funcionado.

Que no estábamos preparados. Que tenemos mucho que aprender. Que tenemos que, cuando todo pase, sentarnos a recapacitar. Que no podemos olvidarlo y ponernos a otra cosa cuando la curva se aplane. Que eso no vale. Que es y será un ejercicio para todos.

Que lo que era solo una gripe (entre los que me incluía erróneamente) ha puesto patas arriba economías, mercados, sociedades, comunidades, sistemas sanitarios, sistemas de seguridad, sistemas logísticos y un larguísimo etcétera.

Que el estado del bienestar ya no es del bienestar. Es el del tratar de estar. Ya no importa mucho estar bien o estar mal. Ya solo importa estar. Punto.

Y estar ya no depende de ti. Que eres seleccionado según un criterio de edad para dejarte estar o no-estar. Para dejarte vivir o morir.

Y eso es durísimo pero es real.

Que, al fin y al cabo, los números son nimios e insignificantes comparados con los de las grandes epidemias históricas como las pestes, las plagas, la gripes e incluso las guerras. Pero parece que esos pocos miles de muertos nos han calado hondo y han tocado nuestra fibra sensible.

Que no estábamos preparados. Que en un mundo en el que (casi) todo son Instagrams, Facebooks, Twitters, Tik Toks, selfies, memes y sucedáneos, el dichoso virus se convierte en trending topic y corona el podio durante días, semanas o meses.

Que corren tiempos de cuarentena. Que parece que al final la historia tiende a repetirse. Esa pantomima que nos contaban nuestros abuelos y que nos aburría hasta decir basta, está aquí con nosotros. Que nos hemos convertido en nuestros abuelos porque seremos nosotros los que contemos la historia en el futuro. Y, como una cruel ironía del destino y la historia, ellos ahora no pueden elegir si estar.

Que el “¿qué, hay que aislarse?” se ha convertido en “que hay que aislarse”.

O ni siquiera tienes que hacerlo porque ya lo estás a miles kilómetros de distancia. Y te han aislado. Que toca esperar a que pase.

Que las fronteras del mundo globalizado (nótese la paradoja y la contradicción), que ya son de por sí un engorro, están cerradas. Que tenemos países herméticos, donde algunos no dejan salir ni entrar. Y los pocos que dejan entrar se convierten en potenciales focos de infectados y transmisores, los cuales habría que evitar.

Y mientras tanto, en tu día a día, despertarse y ver el aluvión de mensajes. Cientos cada vez. Que te hacen cambiar de parecer, de opinión, de estado de ánimo cada hora. O cada menos.

No creo que las redes sociales hayan estado tan activas nunca antes. Y eso es bueno. O malo.

Según se mire. Según quién lo mire. Según desde dónde se mire.

Echar un vistazo al periódico online es como jugar a la ruleta rusa. Pero al revés. En vez de una sola bala en la recámara, un solo hueco. El balazo está casi garantizado.

Que el gobierno de tu país te urja a volver y que tu propia familia te recomiende quedarte donde estás por la crudeza de la situación, te deja en un limbo de indecisión para el cual hay que estar mentalmente preparado.

En el cual hay que mantener la cabeza fría para tomar la mejor de las decisiones.


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